Arte

Arte en Venezuela en Venezuela

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Arte Venezolano

Época prehispánica
Si mucho es lo que aún queda por estudiar y aclarar respecto a la arqueología de las Antillas o del área Intermedia de América, más aún es lo que queda por hacer, descubrir, estudiar e interpretar sobre el pasado prehispánico de Venezuela, región de la que se conocen únicamente puntos aislados que empiezan ahora a relacionarse entre sí y a situarse cronológicamente unos respecto a otros, gracias a la primera labor de Cruxent y Rouse, quienes en este sentido realizaron un gran esfuerzo por establecer una seriación con cronología que juzgamos como la base fundamental para construir la historia primitiva de Venezuela.

Sobre la base del análisis de numerosos yacimientos nuevos, establecen cinco periodos que abarcan desde el 5000 a.C. hasta la actualidad. El I comprende industrias de tipo precerámico o paleolítico, entre las que cabe mencionar los llamados complejos Cubagua, Manicuare, Curúpano, El Heneal y Cabo Blanco. La cronología de este periodo se fija entre los 5000 y 1000 a.C. El II de la secuencia de Cruxent y Rouse (1000 a.C. a 300 d.C.) abarca los complejos Punta Gorda, Michelena, Saladero, Rinquín, Barrancas, La Cabrera, El Mayal, El Palito, La Pitía, Betijoque y Río Guapo, entre otros varios, Durante el III (300-1100) se pueden mencionar las industrias de Chuare, Cotua, El Agua, Los Barrancos, Sarare, Arauquín, Ocunare, etc. En el IV (1100-1500) hay que citar los estilos Matraquero, Guarguapo, Dabajuro, Guaraguapo, Punta Arenas, Tierra de los Indios, Memo, Valencia, El Morro, etc. Siendo tan numerosas las culturas, industrias, estilos, etc. en Venezuela, mencionaremos las áreas más importantes, con sus culturas más destacables.

Área occidental
La región montañosa de los estados de Táchira, Mérida y Trujillo constituye, una unidad arqueológica de gran interés, no sólo por su cerámica, sumamente variada, sino y sobre todo por las abundantes figurillas, de las cuales las masculinas sentadas sobre taburetes y las femeninas en pie o sedentes son quizá las más características. Abundan también adornos en piedra en forma de seres alados.

Costa del Noroeste
En la península de La Guajira, Barquisimeto y áreas de Quibor y Trujillo, se localiza una serie de culturas como La Pitía, Boconó, Betijoque, etc., relacionadas en parte con las mencionadas del área occidental.

Lago de Valencia
Una de las zonas mejor conocidas es la del lago de Valencia y especialmente sus orillas. La mayor parte de los autores interesados en la arqueología de Venezuela han prestado particular atención a esta región, en la que se distinguen dos fases: La Cabrera y Valencia. En la primera de esas fases la cerámica suele ser gris, con decoración incisa o modelada. En la fase Valencia abundan las figurillas de tierra cocida, de las que se conoce una variadísima tipología. Son generalmente figuras femeninas representadas de pie, sentadas o en otras actitudes, de amplias caderas, con indicaciones muy claras del sexo, extremidades inferiores muy gruesas y gran cabeza de ojos del tipo «grano de café», etc.

Área del Orinoco
Dentro de esta extensa área, la región más importante desde el punto de vista cultural es la de la desembocadura, donde se sitúa la cultura de Los Barrancos, con una cerámica de slip negro o rojo y decoración incisa de temas geométricos o animalísticos. En el Orinoco medio debe destacarse la cultura Ronquín, en la que se distinguen dos fases. Del alto Orinoco es muy poco lo que se conoce hasta el presente.

Época hispánica
La arquitectura es el principal legado del arte colonial venezolano. Lo primero que salta a la vista es su serenidad y humildad, cualidades impuestas por la falta de recursos económicos. Como dijo Gasparini (op. cit. en bibliografía), las construcciones coloniales venezolanas son la expresión de limitaciones histórico-económicas, aceptadas con dignidad y aplicadas con equilibrado sentido humano.

La expresión estética no tuvo que falsear las dimensiones de las fachadas y, pese a que las Leyes de Indias recomendaban por razones políticas cierta ostentación exterior, la arquitectura venezolana fue modesta, tanto por la pobreza de los materiales como por la falta de una tradición artística. La escasa novedad espacial de las estructuras es signo de que fueron concebidas por maestros que seguían los sistemas ya conocidos, y solamente las decoraciones superficiales se relacionan con los modismos estilísticos del momento cronológico. Por la falta de personalidades creadoras se ha dicho que la arquitectura en Venezuela tiene un carácter anónimo, ya que los nombres de maestros que nos son conocidos no tienen más valor que el documental.

La arquitectura civil se manifestó en la casa, en la que se siguió un esquema adaptado a una vida sin pretensiones de lujo. La sensibilidad anónima de estos maestros consiguió expresarse con un lenguaje arquitectónico claro, que logró un ritmo equilibrado entre los volúmenes y los espacios exteriores. Elemento característico fue el patio, que había experimentado una larga evolución desde sus orígenes en la casa grecorromana, pasando por las adaptaciones que le hicieron los árabes en la península Ibérica, de donde fue trasplantado al medio americano; por razones climáticas fue aceptado unánimemente, y no sólo sirvió como fuente de aire, luz y color, sino que se prestó para los juegos espaciales por su colocación asimétrica, a veces en combinación con otro patio y un traspatio.

La imaginación encontró campo adecuado para expresarse en la portada no sólo por razones arquitectónicas derivadas de la tradición hispánica sino por su significación social. Los ejemplares de las casas corianas de las Ventanas de Hierro y de Arcaya dan a conocer unos maestros dotados de conocimientos técnicos e imaginación creadora. Entre los elementos decorativos no falta el estípite, introducido en Venezuela gracias a las relaciones comerciales que mantenía con México.

A fines del s. XVIII, la máxima expresión de barroquismo la señalan los arcos y dinteles que enriquecen las portadas. Sería larga la lista de las casas, pero se pueden citar entre otras la de La Blanquerna en San Carlos, y los ejemplares caraqueños de Vega y Bertodadano, Francisco de Miranda, conde de la Granja, conde de San Javier, conde de Tovar, canónigo Mayá, Echenique, Celis y Llaguno.

La arquitectura religiosa tiene en su expresión estética las mismas características que la civil. Entre los modelos más repetidos de plantas, los templos de una sola nave tienen un arco toral o de triunfo, a veces muy desarrollado, que psicológicamente actúa a manera de pantalla, independizando el presbiterio del resto de la nave; exteriormente se revela en su volumetría la sencillez de la composición espacial. Las plantas cruciformes apenas tuvieron aceptación en Venezuela, pero se pueden citar al menos tres templos: San Clemente de Coro y la de Clarines, caracterizadas ambas por su sencillez; la más complicada es la de San Miguel de Burbusay, enriquecida con fachada de dos torres y corredores laterales.

El modelo más difundido fue la planta basilical con techumbre de alfarje, introducido en el s. XVI en la costa del Caribe: catedral de Cartagena de Indias (Colombia) y catedral de Coro (Venezuela). Los ejemplares venezolanos más antiguos son la catedral coriana y el templo de La Asunción en la isla Margarita; aunque el presbiterio de la catedral de Coro es poligonal, ambos templos tienen testero plano, con sendas series de arcos sobre columnas toscanas, que separan las naves; la estructura basilical se constituyó en invariante del arte venezolano, puesto que la encontramos hasta avanzado el s. XIX. Este arcaísmo ha de entenderse como un fenómeno propio de las escuelas provinciales de América, especialmente las que vivieron aisladas, como en el caso de la venezolana.

Sólo contadas veces se manifestó el deseo barroco de absorber en la cúpula las fuerzas espaciales, dando preeminencia a la cabecera y colocando las cúpulas tanto en el presbiterio como en las capillas laterales. Palm ya subrayó la presencia de una variante de cúpula sin tambor, que se explicaría por ofrecer mayor resistencia a los terremotos.

Sólo por excepción se rompió la norma de la planta rectangular, tal es el caso singular de San Lorenzo (estado de Anzoátegui), cuyo espacio interior queda definido por una enorme circunferencia, aunque compartimentado por tres naves; sin duda se pensó en construir un templo circular, pero ante la imposibilidad de cubrirlo adecuadamente se buscó la solución ecléctica de las tres naves. Como ha escrito Gasparini, es un caso muy significativo por cuanto representa un intento de romper con la estructura tradicional; la rareza del templo llamó la atención de Alexander von Humboldt, quien lo calificó de «estilo griego».

Más variedad presenta la arquitectura colonial en lo que se refiere a la solución de las fachadas; el modelo de la catedral caraqueña fue seguido en San Sebastián de los Reyes, y en forma menos directa en la Concepción del Tocuyo. Los efectos escenográficos se buscaron claramente en el Pao, Turmero y Calabozo, siendo ésta la más compleja de las fachadas barrocas venezolanas. La fachada de Clarines está flanqueada por dos torres; son de planta hexagonal las dos iglesias de San Antonio de Maturín. Entre los campanarios destacan los de San Francisco de Yare y Quibor, que son cilíndricos, y el de Santa Ana de Paraguaná, sin posible paralelo en Hispanoamérica.

La pintura colonial venezolana ya fue revalorizada por una monografía magistral de Alfredo Boulton (op. cit. en bibl.), que ha puesto de relieve varios pintores del s. XVIII: Francisco José de Lerma, José Surita, Juan Pedro López y la dinastía de los Landaeta; siendo la venezolana una escuela artesana, sus modelos fueron los grabados llegados de Europa: del italiano Pier Francesco Cavalli y del germano Johann Jakob Haid, y el autor de este trabajo ha identificado uno de Carmona sobre original de Mateo Cerezo.

Siglos XIX y XX
El legado de Venezuela republicana durante los s. XIX y XX ha sido la pintura, que cuenta con numerosas monografías y la obra de conjunto de Alfredo Boulton. Este autor establece para la pintura del s. XIX tres fases: el tránsito del virreinato a la independencia, el academicismo y la época promocionada por el Círculo de Bellas Artes. El nexo con la época virreinal lo representan los pintores de la «Escuela de los Landaeta» y especialmente Juan Lovera (1778-1841). Este último muestra influencias neoclásicas y prerrománticas, que no pudo recibir del ambiente venezolano sino tal vez en los años de exilio político; su galería de retratos no sólo tiene valor artístico sino también histórico. Tras una generación que fue estéril en lo político y artístico, prepararon un resurgimiento algunos pintores extranjeros que vivieron en Venezuela, como el danés Fritz Melbye y Camille Pissarro, que llegaron en 1850, y otros como Adams, Thomas, Ballermann, Feuille, etc.

Desde mediados del s. XIX se observa una protección de las artes, que se acentuó en 1870 con la llegada a la presidencia de la República del general Antonio Guzmán Blanco. La figura más destacada fue Martín Tovar y Tovar (1827-1902), el gran relator de la gesta de la independencia política en el palacio federal y magnífico retratista, como atestigua el que realizó a su hermana Anita de Zuloaga. La misma tendencia de la anécdota histórica la representa Arturo Michelena (1863-1898), que se especializó sobre todo en la figura; y finalmente Cristóbal de Rojas, cuya vida nos ha llegado un tanto desfigurada, pero que recoge plásticamente las influencias clásicas y académicas en obras transidas de realismo social, como El mendigo.

La tercera fase de la pintura venezolana del s. XIX corresponde a un desarrollo de ésta dentro del Círculo de Bellas Artes. Hasta entonces se mantuvo cierta unidad, que dio cohesión a los pintores en cuanto al casi único cultivo de una tendencia, pero desde la irrupción del impresionismo se produjo un fraccionamiento de las escuelas y sería difícil incluir a todas en un conjunto. Esta diversidad de tendencias acabaría con la moribunda pintura oficial, pero en general fue época de crisis tanto política como artística. Reseñaremos como principales representantes a Tito Salas (1840-1936), el primero en reflejar la tendencia impresionista que había aprendido en París; Emilio Boggio, más avanzado, está encuadrado en el neoimpresionismo; la figura mágica de Rafael Monasterios (1884-1961), que captó intuitivamente el paisaje venezolano con un indudable acento infantil; otro paisajista excelente fue Manuel Cabré (n. 1890), que pasó por varias influencias, pero su obra madura se ha identificado con la montaña llamada Ávila; finalmente la mayor personalidad es Armando Reverón (1889-1954), el primer pintor venezolano que ha creado un lenguaje propio, de difícil imitación, con tres fases basadas en sus correspondientes tonalidades: azul, blanco y sepia, aunque en cada una de ellas «exploró horizontes sumamente amplios, de infinita belleza plástica y de altísímo valor creativo» (Boulton).

Para la pintura del s. XX debe considerarse la fecha de 1936 como apertura a casi todas las tendencias del mundo actual. Figuras significativas son Francisco Hung, con sus formas llenas de vida pese a su estilización; Alejandro Otero realiza sus encolados con gusto neoplasticista, mientras que Elsa Gramcko alcanza el neorrealismo en su concepción de la materia pictórica. Quizá sean más significaticos Cruz Díez y Jesús Rafael Soto, el primero partió del dibujo publicitario hasta inventar un muralismo lleno de inquietud en sus múltiples rayas. Jesús Soto colaboró con Carlos Raúl Villanueva en la decoración de la Ciudad Universitaria y también ha incidido en la técnica dibujística aplicada en placas, consiguiendo suaves modulaciones en amarillo, verde y hasta en negro; su persona representa la tendencia más abierta al futuro de las artes plásticas venezolanas.

La escultura tiene mucho menos interés que la pintura y sólo en el s. XX ha conseguido valores significativos, hasta desprenderse del arte oficial dedicado únicamente a la consagración de los próceres republicanos. En la escultura más reciente han desaparecido casi los límites entre pintura y escultura; la escultura exenta es cultivada por Francisco Narváez. La gran tarea de la Ciudad Universitaria supuso una oportunidad para la integración de la escultura con la arquitectura. Entre los escultores de la escuela tradicional se encuentran Esteban Toth y Eva Soto.

Escaso interés tiene la arquitectura del s. XIX en Venezuela; refleja los distintos movimientos, incluso del modernismo, pero habría que esperar al s. XX para que se produjera un resurgimiento de nivel internacional; este florecimiento está ligado al auge económico del país y a la presencia de un gran maestro, Carlos Raúl Villanueva (n. 1900), quien, además de ser el creador de la Ciudad Universitaria de Caracas, también ha intervenido en problemas urbanísticos, en los que trató de adoptar el esquema de la «Ville Radieuse» de Le Corbusier. De todo el conjunto del campus universitario de Caracas, destacan por su acierto el Aula Magna y la Facultad de Arquitectura; la primera es una creación admirable de espacio interno, y ha conseguido una completa fusión con el escultor Alexander Calder; la luz es un elemento dinámico que transforma las dimensiones ópticas de la sala, consiguiendo destellos que hacen vibrar el espacio.

A los valores arquitectónicos de la Universidad se unen los plásticos, ya que está enriquecida con murales de Fernand Léger, Víctor Vasarely, Manaure y Navarro, y esculturas de Hans Arp y Henri Laurens. Colaborador de Carlos Raúl Villanueva fue Guido Bermúdez, que hizo la urbanización de Cerro Grande. Entre los arquitectos jóvenes que trabajan en la vivienda, destacan: Enrique Hernández, autor de la casa Goya, y Américo Faillace, creador de la casa Pérez Olivares. Ignacio Zubizarreta ha destacado por sus creaciones escolares, que, pese a su planta sencilla, revelan gran riqueza espacial. El novedoso hotel Humboldt, en Cerro Ávila, se debe a Sanabria. En la arquitectura eclesiástica, sobresale José Castillo por la basílica de Nuestra Señora de Coromoto, Maracaibo, con ricas modulaciones espaciales.

Bibliografía
M. ACOSTA SAIGNES. Introducción a un análisis de los petroglifos venezolanos, Caracas 1956.
W. C. BENNETT. Excavations at La Mata, Maracay, Venezuela, Nueva York 1937.
J. M. CRUXENT et I. ROUSE. Arqueología cronológica de Venezuela, 2 vol., Washington D.C. 1961.
A. KIDDER. Archaeology of Venezuela, Washington D.C. 1948.
G. GASPARINI. La arquitectura colonial de Venezuela, Caracas 1965.
F. BULLRICH. Arquitectura latinoámericana 1930-70, Buenos Aires 1969.
A. BOULTON. Historia de la pintura en Venezuela, 2 vol., Caracas 1964 y 1968.
S. MOHOLY-NAGY. Carlos Raúl Villanueva and the Architecture of Venezuela, Nueva York 1964.

Autor: Cambó

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